por Jose Ramon Gonzalez Chavez
* Texto elaborado en conmemoración del 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín
También era un 9 de noviembre, pero de 1989,hace un cuarto de siglo…
Era un jueves y, como tal, fui a mis clases a la Sorbona, en Paris II, en la Facultad de Derecho, Economía y Ciencias Sociales
Salí corriendo del Instituto Internacional de Administración Publica, donde tomada clases diario desde las 9 de la mañana. Ya eran 10 para las 4 hora a la que debía entrar a mi clase de Ciencia Administrativa, así que apenas tenía el tiempo preciso para anticiparme a la llegada de mi tutor, Roland Drago, hombre de porte y gesto adusto, acentuados por unos lentes de armazón gruesa y mucha graduación, a los que aderezaba un pelo cano y encrespado, que hablaba muy bien de su carácter, así que nadie -al menos, con toda seguridad, yo- tenía el menor interés de llegar tarde y solicitarle entrar al salón.
Salí corriendo del Instituto por la avenida Observatorio hacia la entrada principal del Jardín de Luxemburgo, que me quedaba en la esquina con la calle Augusto Compte. Aunque tuviera poco tiempo, lo prefería a irme por la calle Saint Michel, un trayecto comparativamente más aburrido que el de esta opción, que ofrecía siempre una bella vista frontal del palacio, que con cada estación cambiaba de ropaje. Era la mitad del otoño, así que empezada a hacer frío; las hojas secas de los árboles, que ahora tenían tonos rojos, ocres y amarillos, sonaban de un modo particularmente hermoso al ser movidas por el viento y caer al suelo, creando un tapiz multicolor y a la vez sonoro a cada pisada
Como siempre, al llegar hasta la plazoleta central del jardín, tomaba a la derecha para salir justo a la Rue Soufflot, cuyo recorrido me regalaba también una vista monumental y continua del Panthéon hasta la entrada de la escuela.
Subí a zancadas las amplias escaleras del ala sur del recinto que llevaban al salón y para mi fortuna llegue al mismo tiempo que mi tutor caminaba en sentido contrario por el pasillo. Entré atrás de él yme coloque en mi lugar de siempre al fondo pegado al ventanal, para tener la vista hermosa del Panthéon y ver el momento en que se iluminaba, al caer la tarde.
La clase transcurrió como cualquier otra. Para ese momento ya me había desecho del pesado fardo de tener que traducir todo,escuchaba la clase como si fuera en español, ayudado por la voz potente e impostada y la dicción especialmente clara y sin rastro alguno de acento (era de origen argelino) que correspondía a un profesor de la talla de Drago.
Salí de la escuela a las 8 de la noche. En estas épocas anochece temprano. Todo parecía ser un día normal. Ningún rasgo extraño en la cara de la gente, salvo el dejo nostálgico que trae el otoño. Pase a la óptica de la esquina de Soufflot y Rue de la Sorbonne por unas fotografías que había mandado revelar. Me detuvieron -como es recurrente en esa zona- unos turistas japoneses que en mal inglés y peor francés me preguntaban sobre la ubicación del Zig Zag, un Pub que se encuentra entre la Rue de Cannes y Lenneau, en pleno corazón del Cartier Latin. Estaba de humor y sin prisa, y como no entendían mi improvisado lenguaje de señas, mejor tome una hoja de mi libreta y les hice unmapa.
Caminé, como de costumbre, hacia la estación “Luxemburgo” del RER que tomaba hasta la estación “Cité Universitaire”. Nada parecía dar muestras de ser algún día especial, al contrario la sensación era más bien de rutina. Era el final de una hora “pico”, así que el metro venía algo cargado. A medios empellones entre al vagón y me ubiqué en el pasillo. Por ser zurdo me detenía de la abrazadera con mi mano izquierda y eso me permitió ver la edición vespertina de un diario, doblado bajo el brazo izquierdo del vecino a mi derecha, del cual surgían algunas palabras que aludían al muro de Berlín. No se podía leer bien de que se traba la nota, pero en una parada, desplegó el diario en la primera plana y entonces pude ver con toda claridad las 8 columnas: “Cayó el Muro de Berlín”.
Ya había pasado recientemente lo de la Plaza Tien An Men en Pekin; la actividad bélico geopolítica del dúo hiperdinámico Reagan-Thatcher era manifiesto; por su parte y en la misma tónica, el papa Juan Pablo II con el sindicato Solidaridad en Polonia y en otras naciones que poco tiempo después se identificarían mediáticamente como Los Países del Este; Gorbachev con su Cambio (Perestroika) y Transparencia (Glasnost) al interior dela todavía Unión Soviética y su relación con sus países aliados. Pero esto era realmente inusitado, sorprendente -lo comenté con el dueño del periódico- por lo que por décadas significó ese muro.
Cuando llegue a la “Casa de México” en la “Loge” (vestíbulo) todo era algarabía. Los estudiantes de derecho, política, administración pública, con ojos de plato comentaban, reían, dudaban… “Todos a Berlín!, Todos a Berlín!” comenzaban a gritar.
Prendí la tele y ahi pude ver imágenes de la Puerta de Brandemburgo. Llamaba fuertemente la atención que no había adultos ni viejos, que fueron quienes vivieron y sufrieron con mas intensidad las secuelas del muro. Solo jóvenes. Después nos enteramos que “para la foto” habían abierto una entrada y una salida angostas y que al pasar los alemanes orientales con su pasaporte recibían 100 dolares para gastar del otro lado; abarrotaban los Mc Donalds; las vinaterías; era la primera bacanal global…
La guerra fría y con ella el riesgo de la Guerra Total –al menos por ese momento- terminaba también. hubo quien hasta osó escribir sobre “El Fin de la Historia”. Pero el fin de la dialéctica capitalista-socialista anunciaba al mismo tiempo, aunque de manera tácita, el mundo unipolar, con sus nuevos evangelios y todos sus profetas y discípulos.
El Siglo XXI comenzaba realmente en 1989…